Quién fue y qué hizo Jorge Márquez por el tango
Cuando hablamos de los estilos de tango, a veces mencionamos el estilo fantasía. ¿Pero te gustaría saber quién lo desarrolló y cómo? Entonces este post te interesa, porque voy a mostrarte la vida de Jorge Márquez, uno de los hombre más adelantados a su tiempo que dio el tango.
El primer contacto con el tango
Es probable que pocas veces o ninguna hayas escuchado hablar de Jorge Márquez. A veces la vida puede parecer injusta con algunos creadores. Sobre todo con los bailarines. Pero tarde o temprano, como en este momento, existe la oportunidad de reparar esa injusticia. Por eso, en esta ocasión, voy a contarte quién fue “El Loco Márquez” y qué hizo por el tango.
Como ya sabemos, no se puede resumir una vida en unas pocas líneas. Pero sí, al menos, destacar sus aspectos más notorios.
Jorge Márquez nació en 1908 en el barrio de Nueva Pompeya, conocido como Pompeya, un barrio proletario, al que Homero Manzi años después le dedicaría el tango “Sur”. Un barrio de tradición tanguera, si los hay.
Márquez era hijo de un inmigrante yugoslavo, marinero, –que llegó a Buenos Aires a comienzos de siglo XX previendo que se avecinaba una guerra en su país–, y de una mujer argentina de la ciudad de Campana, una región industrial, petrolera, que fue cuna del automóvil argentino y de la tira de asado.
En ese entonces, Pompeya estaba a un paso del Riachuelo. Un pequeño río que servía para los barcos de poco calado.
Y allí el primo de Márquez, que trabajaba como estibador, llevó al pequeño Jorge cuando tenía 10 años. Un recuerdo que al niño le quedaría bien grabado en la memoria y que más adelante verás por qué te cuento esto.
Lo cierto es que allí, en el puerto, el chico vio cómo su primo y otros cargaban bolsas de duraznos, bananas y sandías para luego dejarlas en los grandes barcos de vapor; vio cómo los muchachos corrían y saltaban con esos sacos que cargaban por encima de los hombros cuando pasaban por una tabla angosta que unía el vapor al muelle y se doblaba bajo sus pies. ¡Mirá cómo camino!, le decían. Y Márquez se reía; pero jamás olvidaría aquellas piruetas de gran agilidad.
Dos años después, a los 12 años, entró a trabajar en el frigorífico Wilson de Valentín Alsina. Su primer trabajo pago. Y hubiera sido un trabajo sin importancia, si no fuera por que allí, entre ganchos y carnes congeladas, ocurrió uno de esos momentos que parecen insignificantes, pero que habría de tener una trascendencia inimaginable.
Conoció a Graus, un trabajador hijo de españoles, que le dijo: “Che, pibe, ¿por qué no venís a casa para que te enseñe a bailar tango?”
¿Qué habría notado Graus en ese chico?, no lo sabemos. Pero la verdad es que a los pocas semanas, cuando regresaba de trabajar, Jorgito se iba a la noche a aprender a bailar en la casa de los Graus. Y para eso, cruzaba el puente sobre el Riachuelo que separaba Pompeya de Valentín Alsina, un puente hoy llamado Ezequiel Demonty; pero al que todos lo llaman hasta hoy “Puente Alsina”.
Era la época en que, para cruzarlo, las mujeres llevaban una navaja en la media para defenderse de los hombres que querían abusar de ellas y muchos hombres portaban revólver para matarse mutuamente.
Pero ya sea por la inconciencia del peligro o por propia valentía, al chico no lo importó. Iba del trabajo a la clase y de la clase a la casa. Así pasó horas practicando con la música de Francisco Canaro y Ángel Villoldo.
Pensemos, además, que en ese 1920 Argentina era tan esplendorosa, que hasta los diccionarios de la época hablaban de cómo competiría frente a Estados unidos por un futuro venturoso.
Un tropezón cualquiera da en la vida
En los estilos se destacaba el tango canyengue, tango orillero, y el tango de salón liso, caminado. Eran los tiempos de los pioneros, en que todo estaba por descubrirse.
Entre tanto, Márquez trabajaba, practicaba y mejoraba sus destrezas. A los 15 años ya dominaba el arte. Pero continuó, estudiando entre Puente Alsina y Pompeya, hasta los 17, cuando se le apagaron las ganas de bailar la música de la vieja guardia.
Podría ser eso, o que la depresión económica que terminó con el primer golpe de Estado en 1930 lo haya desanimado.
Sea como fuere, dejó el tango. Se había transformado en un muchacho alto y delgado, de ojos grandes que buscaba algo nuevo, pero que también había aprendido el placer de bailar.
Así entonces, un día entró al cine y quedó admirado al ver en la pantalla grande la habilidad de ese extraordinario bailarín que fue Fred Astaire. A veces el cine tiene ese poder de cambiar una conducta y trazar un camino.
De modo que, como no podía ser de otra manera, comenzó a imitarlo y a dedicarse por completo al “tap” norteamericano. Entró en los clubes a bailarlo y pronto el público no tardó en llamarlo el “Fred Ataire argentino”.
Recordemos que los clubes de barrio eran semilleros de jugadores de fútbol o de bailarines.
Así que de lunes a viernes practicaba los pasos de baile con otros hombres, hasta que más adelante se le permitió el ingreso a las mujeres y pudo practicar con ellas los fines de semana.
De algún modo empezaba a ser reconocido por la muchachada. Pero, si como dice el poeta Rilke: “la patria es la infancia”, el tango que había conocido de pibe ya estaba en su sangre.
D’Arienzo, un gran maestro
Así que entre la recuperación económica que empezaba asomar, la sensación general de poder imaginar un futuro y la aparición de la orquesta de D’Arienzo en 1935, Márquez reapareció en los clubes para milonguear y mostrar sus capacidades.
“D’Arienzo fue un gran maestro, fue todo para mí. Apenas lo escuché empecé a hacer todo lo que se me pasaba por la cabeza.”
Y era cierto. Márquez retomó el tango con tanta fuerza y originalidad, que algunos diarios zonales comenzaron a publicar que era un gran creador. Márquez ejecuta cosas increíbles, decían, y por supuesto los clubes se llenaban.
Porque a diferencia de otros, Márquez consideró al tango siempre como algo alegre y lo reflejó en su modo de bailar. Y bien bailaba los estilos del momento: tango orillero, tango canyengue, tango de salón.
Era tan audaz o innovador en sus movimientos, que más de una vez lo echaban del club junto con Mary, su bailarina. De hecho, casi todos lo echaron por pensar que maltrataba a la mujer haciéndola saltar de un lado a otro, sobre las rodillas, inclusive embarazada. Pero la verdad es que el hombre imitaba el recuerdo de su primo estibador sobre el listón de madera. Por eso los propietarios de los salones –turcos, italianos y portugeses– le gritaban: “¡Vaya a la calle, así no se puede bailar acá, vaya al puerto!” “¡Porteño, vete al puerto!”
Algunos decían que estaba loco y, además de conocerlo como el Fred Astaire argentino” se lo empezó a conocer también como “el loco Márquez”.
A pesar de todo Márquez amaba los clubes de barrio, y más aun a las mujeres que bailaban muy bien en los clubes de barrio. Era que allí cocinó pasos y movimientos, y a flexión de pierna desarrolló el tango estilo fantasía. ¿Por qué flexionaba las rodillas al bailar? Porque descubrió que Astaire las flexionaba para hacer sonar las chapitas de sus zapatos de “tap dance”.
La moda, el abrazo y un cambio revolucionario para el tango
También, claro, influyó la moda.
Era la época en que las mujeres usaban pollera hasta los tobillos y los hombres se colocaban un pañuelo sobre la mano antes de tomar la mano de la bailarina.
Entonces comenzó a desafiar la época. Pensó, casi como ningún otro, sobre la importancia de la mujer en el baile, en el rol que asumía dentro de la pareja de tango y su indumentaria.
Quizás hoy nos parezca algo intrascendente; pero para comienzos de la década del ’40, era una idea verdaderamente revolucionaria.
Y esta idea se apoyaba, además, en la popularidad de la revista Rico Tipo, del genial dibujante Divito, que dirigía la moda porteña como ningún otro.
Así que, contra todas las críticas, Márquez acortó la falda de su bailarina para que se vieran sus piernas, y en ese espacio empezó a meter sus propias piernas y a doblarlas alrededor de la rodilla, hasta parecer esos ganchos que alguna vez vio colgar en el frigorífico. Levantó los pies del piso y desarrolló los saltos como habría visto en el puerto, y soltó a la mujer para alejarla y atraerla hacia su cuerpo, al mejor estilo de su admirado Fred Astaire.
La verdad es que a Márquez nunca le gustaron las polleras largas. Consideraba que en el baile debía apreciarse las piernas de las mujer. Un gesto inusual para la época que se enlazaba con otro: que no se viera solo al bailarín en primer plano, sino que se reconociera a la mujer con quien bailaba y juntos compartieran el valor del aplauso.
En una entrevista realizada por Gabriela Hanna, publicada en un libro alemán, Márquez decía: “Cuando empecé a bailar, usaba un abrazo muy cerrado con las mujeres. Más tarde me di cuenta que si siempre baila así, la mujer no podía bailar bien, estaba atada. Si quería hacer mis cosas con la mujer, tenía que romper la conexión con ella, soltarla. No quiero que nos durmamos bailando, quiero que ella muestre lo suyo, que haga algo.”
Así que contra todas las normas establecidas, Márquez rompió el abrazo, y demostró que el tango no era solo caminar abrazado, sino que podía bailárselo de otra manera. Por supuesto, era difícil discutirle a alguien que dominaba por igual el tango de salón, el tango canyengue y el tango orillero.
Por entonces, ya pensaba: “El tango hay que bailarlo, hay que saber bailarlo y hay que darle calidad”.
El maestro de tango fantasía
Para principios de la década del ‘40, “El Loco Márquez” y Mary comenzaron a cobrar sus actuaciones en los clubes porteños y más adelante a dar exhibiciones en Mar del Plata, una hermosa ciudad balnearia. Se volvieron profesionales y por un tiempo se convirtieron en la pareja de bailarines solista del maestro Francisco Canaro.
Márquez se convirtió, incluso, en un maestro de tango fantasía tan reconocido, que los alumnos de Pompeya acudían a él para aprender a bailar. Entre ellos, el joven Eduardo Arquimbau, que más adelante formaría la pareja Gloria y Eduardo.
Pasó años entre clases, exhibiciones y frecuentar la milonga de club. Se rodeó de amigos, como el mismo Eduardo, con quien compartieron exhibiciones, y el joven maestro y bailarín Raúl Bravo.
Un comentario aleccionador
Pero hacia la década del ‘60 comenzó a sentir que el cuerpo y el modo de pensar le iba cambiando.
Quizás por eso, alguna vez, mientras estaba sentado en la milonga, vio bailar demasiado rápido a un joven bailarín y le dijo: “Pibe, bailá más tranquilo, el tango tiene pausas”. Por supuesto, el joven escuchó la recomendación, aunque todavía no podía controlar bien los movimientos; pero le preguntó como se llamaba y, tras responderle, ese ya viejo milonguero también le preguntó su nombre. Entonces el muchacho lo miró de frente y le respondió. Se llamaba Carlos Gavito.
Con el tiempo, Márquez tuvo como pareja a Lilian. Dejó su Pompeya natal y se mudó a Villa Real, un apacible barrio de casas bajas, de gente humilde y poca población.
Pasó sus años allí, hasta que según su amigo Raúl Bravo, con alrededor de 90 años, terminó su vida en un geriátrico afectado por el mal de Parkinson.
Márquez, el “Fred Astaire argentino”, “El Loco Márquez”, “el número 1 de del tango fantasía”, son algunos de los nombres con los que algunos aun lo recuerdan. Fue un creador de la danza de tango, un adelantado en figuras modernas que abriría las puertas para desarrollar la espectacularidad en las exhibiciones y más adelante el tango de escenario.
De algún modo, todos los que hoy bailan el tango estilo fantasía y realizan saltos y ganchos le rinden un homenaje sin saberlo. Pero si llegaste hasta aquí con la lectura, ya me ayudaste a corregir una injusticia: evitar que la memoria sea porosa al olvido.
Gustavo Benzecry Sabá[:fr]
Qui était et qu’a fait Jorge Márquez pour le tango
Lorsque nous parlons de styles de tango, nous mentionnons parfois le style fantasy. Mais aimeriez-vous savoir qui l’a développé et comment ? Alors ce post vous intéresse, car je vais vous montrer la vie de Jorge Márquez, l’un des hommes les plus avancés de son temps qui a donné le tango.
Le premier contact avec le tango
Il est probable que vous ayez rarement ou jamais entendu parler de Jorge Márquez. Parfois, la vie peut sembler injuste à certains créateurs. Surtout avec les danseurs. Mais tôt ou tard, comme maintenant, il y a une opportunité de réparer cette injustice. Pour cette raison, à cette occasion, je vais vous dire qui était « El Loco Márquez » et ce qu’il a fait pour le tango.
On le sait déjà, une vie ne se résume pas en quelques lignes. Mais oui, au moins, mettez en évidence ses aspects les plus notables.
Jorge Márquez est né en 1908 dans le quartier de Nueva Pompeya, connu sous le nom de Pompeya, un quartier prolétarien, auquel Homero Manzi consacrera des années plus tard le tango « Sur ». Un quartier avec une tradition de tango, s’il y en a.
Márquez était le fils d’un immigré yougoslave, un marin, -arrivé à Buenos Aires au début du 20ème siècle en anticipant qu’une guerre allait arriver dans son pays-, et d’une Argentine de la ville de Campana, un industriel, région productrice de pétrole qui a été le berceau de l’automobile argentine et de la bande d’asado.
A cette époque, Pompéi était à un pas du Riachuelo. Une petite rivière qui était utilisée pour les bateaux à faible tirant d’eau.
Et là, le cousin de Márquez, qui travaillait comme manutentionnaire, a emmené le petit Jorge quand il avait 10 ans. Un souvenir que l’enfant aurait une bonne mémoire et que vous verrez plus tard pourquoi je vous dis cela.
La vérité est que là, dans le port, le garçon a vu comment son cousin et d’autres ont chargé des sacs de pêches, de bananes et de pastèques et les ont ensuite laissés sur les grands bateaux à vapeur ; Il regarda les garçons courir et sauter avec ces sacs qu’ils portaient sur leurs épaules alors qu’ils passaient devant une planche étroite qui reliait la vapeur au quai et se pliait sous leurs pieds. Regarde comme je marche, lui dirent-ils. Et Marquez a ri ; mais il n’oublierait jamais ces pirouettes très agiles.
Deux ans plus tard, à l’âge de 12 ans, il est allé travailler dans le réfrigérateur Wilson de Valentin Alsina. Votre premier emploi rémunéré. Et cela aurait été un travail sans importance, s’il n’y avait eu là, entre crochets et viandes congelées, un de ces moments qui semblent insignifiants, mais qui aurait une signification inimaginable.
Il a rencontré Graus, un ouvrier fils d’Espagnols, qui lui a dit : «Che, petit, pourquoi tu ne rentres pas à la maison pour que je t’apprenne à danser le tango ?»
Qu’est-ce que Graus aurait remarqué chez ce garçon ?Nous ne savons pas. Mais la vérité est que quelques semaines plus tard, à son retour du travail, Jorgito irait la nuit pour apprendre à danser chez les Graus. Et pour cela, il a traversé le pont sur le Riachuelo qui séparait Pompée de Valentin Alsina, un pont aujourd’hui appelé Ezequiel Demonty ; mais que tout le monde appelle jusqu’à aujourd’hui “Puente Alsina”.
C’était l’époque où, pour le traverser, les femmes portaient un couteau au milieu pour se défendre des hommes qui voulaient les maltraiter et beaucoup d’hommes portaient un revolver pour s’entretuer.
Mais soit à cause de l’ignorance du danger, soit à cause de sa propre bravoure, le garçon s’en fichait. Je suis passé du travail à la classe et de la classe à la maison. Ainsi, il a passé des heures à pratiquer avec la musique de Francisco Canaro et Ángel Villoldo.
Pensons aussi qu’en 1920, l’Argentine était si splendide que même les dictionnaires de l’époque parlaient de la façon dont elle rivaliserait avec les États-Unis pour un avenir prospère.
Un trébuchement tout donné dans la vie
Dans les styles, le tango canyengue, le tango orillero et le tango doux et ambulant se sont démarqués. C’était l’époque des pionniers, où tout restait à découvrir.
Pendant ce temps, Márquez a travaillé, pratiqué et amélioré ses compétences. A 15 ans, il maîtrisait l’art. Mais il a continué, étudiant entre Puente Alsina et Pompée, jusqu’à l’âge de 17 ans, lorsque l’envie de danser sur la musique de la vieille garde s’est estompée.
Il se pourrait que ce soit cela, ou que la dépression économique qui a mis fin au premier coup d’État en 1930 l’ait rebuté.
Quoi qu’il en soit, il a quitté le tango. Il était devenu un garçon grand et mince avec de grands yeux qui cherchait quelque chose de nouveau, mais qui avait aussi appris le plaisir de danser.
Alors, un jour, il entra au cinéma et fut stupéfait de voir sur grand écran l’habileté de ce danseur extraordinaire qu’était Fred Astaire. Parfois, le cinéma a ce pouvoir de changer les comportements et de tracer une voie.
Alors, comment pourrait-il en être autrement, il a commencé à l’imiter et à se consacrer entièrement au robinet américain. Il entra dans les clubs pour le danser et le public s’empressa de l’appeler le « Fred Ataire argentin ».
Rappelez-vous que les clubs de quartier étaient des foyers de footballeurs ou de danseurs.
Ainsi, du lundi au vendredi, il pratiquait les pas de danse avec d’autres hommes, jusqu’à plus tard, il était autorisé à entrer avec les femmes et il pouvait s’entraîner avec elles le week-end.
D’une certaine manière, il commençait à être reconnu par les jeunes. Mais, si, comme le dit le poète Rilke : « la patrie, c’est l’enfance », le tango qu’il avait connu enfant était déjà dans son sang.
D’Arienzo, un grand professeur
Ainsi, entre la reprise économique qui commençait à apparaître, le sentiment général de pouvoir imaginer un avenir et l’apparition de l’orchestre D’Arienzo en 1935, Márquez réapparut dans les clubs pour milonguer et montrer ses compétences.
« D’Arienzo était un excellent professeur, il était tout pour moi. Dès que je l’ai entendu, j’ai commencé à faire tout ce qui me passait par la tête.»
Et c’était vrai. Márquez a abordé le tango avec une telle force et une telle originalité que certains journaux régionaux ont commencé à publier qu’il était un grand créateur. Márquez fait des choses incroyables, ont-ils dit, et bien sûr les clubs étaient pleins à craquer.
Car contrairement à d’autres, Márquez a toujours considéré le tango comme quelque chose de joyeux et le reflétait dans sa façon de danser. Et il dansait bien les styles du moment : shore tango, canyengue tango, salon tango.
Il était si audacieux ou innovateur dans ses mouvements, qu’il fut plus d’une fois expulsé du club avec Mary, sa danseuse. En fait, presque tout le monde l’a licencié pour avoir pensé qu’il maltraitait la femme en la faisant sauter d’un côté à l’autre, à genoux, même enceinte. Mais la vérité est que l’homme imitait le souvenir de son cousin débardeur sur la latte de bois. C’est pourquoi les patrons des salons – turcs, italiens et portugais – lui criaient : « Va dans la rue, pour ne pas pouvoir danser ici, va au port ! Porteño, va au port !»
Certains disaient qu’il était fou et, en plus de le connaître comme «l’Argentin Fred Astaire », il a également commencé à être connu comme « le fou Márquez ».
Malgré tout, Márquez aimait les clubs de quartier, et plus encore les femmes qui dansaient très bien dans les clubs de quartier. C’est là qu’il a préparé des pas et des mouvements, et en fléchissant sa jambe, il a développé le tango de style fantasia. Pourquoi pliez-vous les genoux quand vous dansez ? Parce qu’il a découvert qu’Astaire les a fléchis pour faire claquer les badges de ses chaussures de claquettes.
La mode, l’abrazo et un changement révolutionnaire pour le tango
Aussi, bien sûr, influencée par la mode.
C’était l’époque où les femmes portaient des jupes jusqu’aux chevilles et les hommes portaient un mouchoir sur les mains avant de prendre la main du danseur.
Puis il a commencé à défier l’âge. Il a pensé, presque pas comme les autres, à l’importance des femmes dans la danse, au rôle qu’elles assumaient au sein du couple de tango et à leurs vêtements.
Peut-être aujourd’hui cela nous semble-t-il quelque chose d’insignifiant ; Mais au début des années 40, c’était une idée vraiment révolutionnaire.
Et cette idée a également été soutenue par la popularité du magazine Rico Tipo, du grand dessinateur Divito, qui a dirigé la mode de Buenos Aires comme personne d’autre.
Alors, contre toutes les critiques, Márquez a raccourci sa jupe de danseuse pour que ses jambes soient visibles, et dans cet espace, il a commencé à mettre ses propres jambes et à les plier autour du genou, jusqu’à ce qu’elles ressemblent à ces crochets qu’il a vus accrochés une fois le Frigo. Il leva les pieds du sol et effectua les sauts comme il l’aurait vu dans le port, et libéra la femme pour la repousser et l’attirer vers son corps, dans le meilleur style de son admiré Fred Astaire.
La vérité est que Márquez n’a jamais aimé les jupes longues. Il croyait que les jambes des femmes devaient être appréciées en danse. Un geste inhabituel pour l’époque qui était lié à un autre : que non seulement le danseur soit vu au premier plan, mais que la femme avec qui il dansait soit reconnue et qu’ils partagent ensemble la valeur des applaudissements.
Dans une interview menée par Gabriela Hanna, publiée dans un livre allemand, Márquez a déclaré : « Quand j’ai commencé à danser, j’ai utilisé une étreinte très étroite avec les femmes. Plus tard, j’ai réalisé que si elle dansait toujours comme ça, la femme ne savait pas bien danser, elle était attachée. Si je voulais faire mon truc avec la femme, je devais rompre le lien avec elle, la laisser partir. Je ne veux pas qu’on s’endorme en dansant, je veux qu’elle montre son truc, qu’elle fasse quelque chose.»
Ainsi, contre toutes les normes établies, Márquez a rompu l’étreinte et a montré que le tango n’était pas seulement marcher embrassé, mais qu’il pouvait le danser d’une autre manière. Bien sûr, il était difficile de discuter avec quelqu’un qui maîtrisait aussi bien le tango de salon, le tango canyengue et le tango du rivage.
À ce moment-là, je pensais déjà : « Il faut danser le tango, il faut savoir le danser et il faut lui donner de la qualité. »
Regardez cette vidéo sur Marquez !
Le maître du tango fantasia
Au début des années 40, «El Loco Márquez» et Mary ont commencé à collectionner leurs performances dans les clubs de Buenos Aires et plus tard à donner des expositions à Mar del Plata, une belle station balnéaire. Ils sont devenus des professionnels et sont devenus pour un temps le couple de danseurs solistes du maestro Francisco Canaro.
Márquez est même devenu un professeur de tango fantasia si renommé que des étudiants de Pompéi sont venus le voir pour apprendre à danser. Parmi eux, le jeune Eduardo Arquimbau, qui formera plus tard le couple Gloria et Eduardo.
Il a passé des années entre les cours, les expositions et la fréquentation du club de milonga. Il s’entoure d’amis, comme Eduardo lui-même, avec qui ils partagent des expositions, et le jeune professeur et danseur Raúl Bravo.
Un commentaire qui fait réfléchir
Mais vers les années 1960, il a commencé à sentir que son corps et sa façon de penser étaient en train de changer.
C’est peut-être pour cela qu’une fois, alors qu’il était assis dans la milonga, il a vu un jeune danseur danser trop vite et il a dit : « Gamin, danse plus calmement, le tango a des pauses. Bien sûr, le jeune homme a écouté la recommandation, bien qu’il ne puisse toujours pas bien contrôler ses mouvements ; Mais il lui a demandé son nom et, après lui avoir répondu, ce déjà vieux milonguero lui a également demandé son nom. Alors le garçon le regarda droit dans les yeux et lui répondit. Il s’appelait Carlos Gavito.
Au fil du temps, Márquez a eu Lilian comme partenaire. Il a quitté sa Pompéi natale et s’est installé à Villa Real, un quartier paisible de maisons basses, de gens humbles et peu peuplés.
Il y a passé ses années, jusqu’à ce que, selon son ami Raúl Bravo, dans ses 90 ans, il finisse sa vie dans une maison de retraite touchée par la maladie de Parkinson.
Márquez, le «Fred Astaire argentin», «El Loco Márquez», «le numéro 1 du tango fantasia», sont quelques-uns des noms sous lesquels certains se souviennent encore de lui. Il était un créateur de danse tango, une avancée dans les figures modernes qui ouvrirait les portes pour développer le spectaculaire dans les expositions et plus tard le tango sur scène.
D’une certaine manière, tous ceux qui aujourd’hui dansent le tango fantaisiste et exécutent des sauts et des crochets lui rendent hommage sans le savoir. Mais si vous êtes arrivé jusque-là avec la lecture, vous m’avez déjà aidé à corriger une injustice : empêcher la mémoire d’être poreuse à l’oubli.
Gustavo Benzecry Sabá